En esta segunda parte de la biografía de Schumacher se
expondrá el periplo intelectual que le llevaría a descubrir y renovar el
distributismo y, poco después, el catolicismo.
A finales de los años 50, Schumacher enunció su teoría del
hombre entendido como homo viator, es
decir, el hombre como un ser creado con
un propósito y, puesto que ha sido creado con un fin concreto, tiene el deber
de lograrlo, él es el único responsable de sus actos. Para nuestro autor, la
falta de reconocimiento de este hecho en el mundo moderno constituía el origen
de los males de la sociedad. Schumacher señalaría a Freud, Marx y Einstein como
lo culpables de que el hombre moderno se niegue a reconocer su responsabilidad.
Entre 1959 y 1960, Schumacher pronunció una serie de
conferencias en la Universidad de Londres. En ellas estudiaba las implicaciones
políticas, económicas y artísticas del concepto del hombre como homo viator. Para él, éstas sólo tenían
valor en la medida en que sirvieran para ayudar al hombre a alcanzar ese último
plano de su existencia que es su propósito, su fin. Así, sostenía que, para el
hombre moderno, que ignora el propósito con el que fue creado, la única función
de la política, la economía y el arte es la de satisfacer su consumismo, sus
instintos animales y su deseo de poder.
Durante estos años, la mayor parte de sus lecturas estaban
relacionadas con su constante estudio del tomismo. Así, en una de las
conferencias de la Universidad de Londres declaró que “para él, Santo Tomás de Aquino era importantísimo, tenía todas sus
obras en su biblioteca”. También conocía en profundidad la obra de los
neotomistas. Estas lecturas junto a las de otros autores como Thomas Merton
iban acercándolo poco a poco a la Fe.
Otro frente que lo llevaría al distributismo y a madurar las
ideas que desarrollaría en Lo pequeño es hermoso, fueron las encíclicas
sociales de los Papas contemporáneos. La primera de estas encíclicas fue la Rerum Novarum, publicada en 1891
por León XIII. Su contenido se basaba en el principio de que las empresas
económicas no eran, principalmente, unidades de producción, sino sitios en los
que las se asocian, hombres libres y autónomos creados a imagen de Dios. Sin
duda, ideas como ésta sonaban a música celestial en los oídos de Schumacher,
quien había definido al homo viator
como el centro mismo de la vida económica.
En junio de 1968, mientras Schumacher se encontraba en
Tanzania asesorando al gobierno de Julius Nyerere sobre la mejor forma de
aplicar las tecnologías intermedias para el desarrollo económico de su nación,
su segunda mujer acudía al sacerdote católico de la localidad donde vivía para
ser instruida en la Fe. El padre Sacarborough la atendió y le sugirió que
comenzara yendo a misa con frecuencia. Así que, cuando Schumacher regresó de
Tanzania, se encontró con que su esposa acudía a misa de forma regular y, en la
primera ocasión que se le presentó, decidió acompañarla.
A pesar de haber seguido una dieta intelectual nutrida de
escritores católicos de todas las épocas y de las encíclicas papales, no sabía
nada de la liturgia vigente en la Iglesia: toda su experiencia del catolicismo
era puramente teórica. Al asistir a misa por primera vez, se sintió fascinado
por el espectáculo que se desarrollaba ante él.
A las pocas semanas, la Iglesia Católica ocupaba todos los
titulares de la prensa y se convertía en el centro de la polémica a raíz de la publicación de la encíclica Humanae Vitae por Pablo VI. En
ellas se ratificaba la fe de la Iglesia en la santidad del matrimonio y el amor
conyugal. El aspecto más controvertido era la condena del Papa del uso de los
métodos anticonceptivos. Para Schumacher, esta postura fue de lo más coherente
y aumentó su confianza en el papado. Por su parte, su esposa y su hija Bárbara
pidieron su admisión en la Iglesia Católica. La suya no llegaría hasta 1971.
Poco después de estos acontecimientos, Schumacher comenzó a
escribir dos libros: Guía para perplejos y Lo pequeño es hermoso.
Aunque le parecía más importante el segundo, comenzó redactando el primero.
Para escribirlo, recurrió a conferencias y artículos suyos anteriores a los que
fue añadiendo algunos datos, actualizándolos y uniéndolos mediante nuevos
párrafos.
Al poco tiempo de su conversión, entabló una sólida amistad
con Christopher Derrick, escritor que trabajaba en la Universidad de Londres, con quien compartía la deuda intelectual que había
contraído con los primeros distributistas: Chesterton o Vincent
McNabb. En 1973 publicaría Lo pequeño es hermoso, su obra más influyente y con
la que alcanzaría fama mundial, triunfando en ámbitos culturales muy dispares.
La muerte le llegó en 1977 en su momento
de mayor reconocimiento.
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