jueves, 28 de abril de 2016

E. F. Schumacher, un nuevo impulso al distributismo. Parte II.

En esta segunda parte de la biografía de Schumacher se expondrá el periplo intelectual que le llevaría a descubrir y renovar el distributismo y, poco después, el catolicismo.

A finales de los años 50, Schumacher enunció su teoría del hombre entendido como homo viator, es decir, el hombre como un ser creado  con un propósito y, puesto que ha sido creado con un fin concreto, tiene el deber de lograrlo, él es el único responsable de sus actos. Para nuestro autor, la falta de reconocimiento de este hecho en el mundo moderno constituía el origen de los males de la sociedad. Schumacher señalaría a Freud, Marx y Einstein como lo culpables de que el hombre moderno se niegue a reconocer su responsabilidad.

Entre 1959 y 1960, Schumacher pronunció una serie de conferencias en la Universidad de Londres. En ellas estudiaba las implicaciones políticas, económicas y artísticas del concepto del hombre como homo viator. Para él, éstas sólo tenían valor en la medida en que sirvieran para ayudar al hombre a alcanzar ese último plano de su existencia que es su propósito, su fin. Así, sostenía que, para el hombre moderno, que ignora el propósito con el que fue creado, la única función de la política, la economía y el arte es la de satisfacer su consumismo, sus instintos animales y su deseo de poder.

Durante estos años, la mayor parte de sus lecturas estaban relacionadas con su constante estudio del tomismo. Así, en una de las conferencias de la Universidad de Londres declaró que “para él, Santo Tomás de Aquino era importantísimo, tenía todas sus obras en su biblioteca”. También conocía en profundidad la obra de los neotomistas. Estas lecturas junto a las de otros autores como Thomas Merton iban acercándolo poco a poco a la Fe.

Otro frente que lo llevaría al distributismo y a madurar las ideas que desarrollaría en Lo pequeño es hermoso, fueron las encíclicas sociales de los Papas contemporáneos. La primera de estas encíclicas fue la Rerum Novarum, publicada en 1891 por León XIII. Su contenido se basaba en el principio de que las empresas económicas no eran, principalmente, unidades de producción, sino sitios en los que las se asocian, hombres libres y autónomos creados a imagen de Dios. Sin duda, ideas como ésta sonaban a música celestial en los oídos de Schumacher, quien había definido al homo viator como el centro mismo de la vida económica.

En junio de 1968, mientras Schumacher se encontraba en Tanzania asesorando al gobierno de Julius Nyerere sobre la mejor forma de aplicar las tecnologías intermedias para el desarrollo económico de su nación, su segunda mujer acudía al sacerdote católico de la localidad donde vivía para ser instruida en la Fe. El padre Sacarborough la atendió y le sugirió que comenzara yendo a misa con frecuencia. Así que, cuando Schumacher regresó de Tanzania, se encontró con que su esposa acudía a misa de forma regular y, en la primera ocasión que se le presentó, decidió acompañarla.

A pesar de haber seguido una dieta intelectual nutrida de escritores católicos de todas las épocas y de las encíclicas papales, no sabía nada de la liturgia vigente en la Iglesia: toda su experiencia del catolicismo era puramente teórica. Al asistir a misa por primera vez, se sintió fascinado por el espectáculo que se desarrollaba ante él.

A las pocas semanas, la Iglesia Católica ocupaba todos los titulares de la prensa y se convertía en el centro de la polémica  a raíz de la publicación de la encíclica Humanae Vitae por Pablo VI. En ellas se ratificaba la fe de la Iglesia en la santidad del matrimonio y el amor conyugal. El aspecto más controvertido era la condena del Papa del uso de los métodos anticonceptivos. Para Schumacher, esta postura fue de lo más coherente y aumentó su confianza en el papado. Por su parte, su esposa y su hija Bárbara pidieron su admisión en la Iglesia Católica. La suya no llegaría hasta 1971.

Poco después de estos acontecimientos, Schumacher comenzó a escribir dos libros: Guía para perplejos y Lo pequeño es hermoso. Aunque le parecía más importante el segundo, comenzó redactando el primero. Para escribirlo, recurrió a conferencias y artículos suyos anteriores a los que fue añadiendo algunos datos, actualizándolos y uniéndolos mediante nuevos párrafos.


Al poco tiempo de su conversión, entabló una sólida amistad con Christopher Derrick, escritor que trabajaba en la Universidad de Londres, con quien compartía la deuda intelectual que había contraído con los primeros distributistas: Chesterton o Vincent McNabb. En 1973 publicaría Lo pequeño es hermoso, su obra más influyente y con la que alcanzaría fama mundial, triunfando en ámbitos culturales muy dispares. La muerte le llegó en 1977  en su momento de mayor reconocimiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario